El pasado 22 de octubre cumplió 95 años Joan de
Beauvoir de Havilland, más conocida como Joan Fontaine. La inolvidable rubia de
Hitchcock en Rebeca y Sospecha, y de otros grandes
clásicos como Carta de una desconocida, es una de las pocas
leyendas con mayúsculas del cine que quedan vivas. En este mismo grupo está la
única protagonista de la mítica Lo que el viento se llevó que
aún vive, Olivia de Havilland, precisamente, hermana de la Fontaine. Ambas son
también protagonistas de uno de los capítulos más curiosos de Hollywood, el de
la animadversión entre dos hermanas, las dos mitos del cine, las dos todavía
vivas a pesar de su avanzada edad, y las dos con varias décadas a sus espaldas
sin dirigirse la palabra.
Según se
cuenta, la rivalidad entre ellas se remonta a su más tierna infancia, pero se
vio inevitablemente acentuada a lo largo de su carrera en el cine. Parece ser
que la responsable directa de los roces era su propia madre, Lilian de
Havilland, quien al parecer tenía a Olivia como hija favorita. De hecho fue
ésta la primera en empezar una carrera como actriz, animada por su progenitora,
quien había visto frustrado su propio camino en el mundo del espectáculo al
nacer sus hijas. Y así, a partir de la segunda mitad de la década de los 30, la
Havilland se convirtió en estrella como partenaire de Errol Flynn en ocho
clásicos inolvidables como Robin de
los bosques o Murieron con las botas puestas.
Mientras tanto, Joan se sentía un poco como su futuro personaje en Rebeca... así que se mudó a Los Ángeles y se cambió el nombre por el de Joan Fontaine, recuperando el apellido artístico de su madre, y evitando así ser relacionada con su ya famosa hermana. Aunque también se dice que fue la madre quien no le permitió usar el apellido familiar para no hacer sombra a Olivia.
Cuenta la leyenda de Hollywood, que Joan se
presentó al interminable casting para el papel de Escarlata O’Hara en Lo
que el viento se llevó. El productor le ofreció el papel de Melania, pero
Joan lo rechazó con esta frase: “Si quieren a alguien para hacer
de boba, llamen a mi hermana Olivia”. Lo paradójico de esta historia,
es que Olivia fue seleccionada para representar a Melania… consiguiendo su
primera nominación al Oscar y pasando a la historia del cine gracias a este
personaje.
Como hemos comentado antes, Joan se convirtió en
estrella gracias a las primeras películas de Hitchcock en Hollywood. Nominada
al Oscar por Rebeca, un año después ganó la estatuilla por Sospecha.
Al parecer, cuando iba a subir al escenario a recoger el premio, pasó de largo
de su hermana rechazando sus felicitaciones. Un desplante público en toda regla
a Olivia, que además también estaba nominada por Si no amaneciera.
Con el paso de los años, las dos actrices, con
cuentagotas, mantuvieron una mínima relación, pero en 1975, la muerte de su
madre provocó el cisma definitivo. Olivia organizó una ceremonia a la que Joan
no asistió: según la Fontaine, su hermana no la invitó; según Olivia, Joan
había rechazado ir asegurando que tenía mucho trabajo. Desde
entonces, ambas hermanas no se dirigen la palabra. Se dice incluso que Joan
llegó a distanciarse de su propia hija porque ésta seguía manteniendo una
relación cordial con su tía.
Una última anécdota reveladora. Cuando en 1988
la Academia celebró el sesenta aniversario de los Oscar, organizó un encuentro
con todos los galardonados vivos, cometiendo la imprudencia de instalar a las
dos hermanas en una misma planta del Hotel Ambassador. Cuando éstas lo
descubrieron forzaron a la dirección a cambiarlas de habitación y a poner diez
pisos entre ambas.
Así han llegado hasta nuestros días. Casi
centenarias, Joan vive en California, y Olivia en París. Dos divas, dos
hermanas irreconciliables. Como dijo una vez la Fontaine:
“Para mí Olivia es como si no existiese. Nos
odiamos tanto cuando éramos jóvenes que ahora hemos agotado la carga de odio y
nos limitamos a ignorarnos”.
Algunos dicen que el secreto de su longevidad es
que ninguna de las dos quiere morir antes que la otra.
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