-¿Qué es, comandante Lawrence, lo que tanto le atrae del desierto?
-Está limpio.
De Peter O´Toole recordaremos siempre esos penetrantes ojos azules en contraste con su tez morena y el ocre desierto, una imagen que le debemos a Freddie Young y su espectacular trabajo de fotografía en la colosal y al mismo tiempo intimista Lawrence de Arabia (1962). Porque, panorámicas y secuencias bélicas grandilocuentes aparte, lo que David Lean y O´Toole consiguieron principalmente fue profundizar con maestría en el retrato psicológico de un personaje enigmático.



Hay un diálogo en Lawrence de Arabia que quizá sea mi favorito, por ser el que al principio del film introduce al espectador directamente en la historia, y porque al mismo tiempo, ya avanza la compleja personalidad del protagonista. El funcionario de la inteligencia británica Dryden, interpretado por Claude Rains, explica los detalles de su misión a Lawrence.
-Gracias Dryden. Esto va a ser divertido.
-Lawrence, sólo hay dos especies que se divierten en el desierto, los beduinos y los dioses, y usted no lo es. Créame, para un hombre normal, el desierto es un horno ardiente.
-No, Dryden, va a ser divertido.
-Es sabido que tiene un curioso sentido de la diversión.
Entonces Lawrence se remanga la camisa con un gesto parecido al de un truco de magia, sonríe y con un soplido apaga la cerilla con la que ha encendido el cigarro de Dryden. En el momento exacto del soplido, corta el plano y pasamos a contemplar la majestuosa imagen de un desierto inabarcable, en cuyo horizonte comienza a asomar el sol. El inquietante silencio comienza a diluirse con las primeras y delicadas notas de Maurice Jarre in crescendo.
Así comenzaba la aventura, y la carrera de un actor irrepetible.
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