Ahora que Jesús Franco, 82 años y más de 200
películas después, nos ha dejado, a mi memoria ha vuelto con todo detalle aquel
rato que pasé con él una mañana de enero de 2007 en Bilbao. Poco más de media
hora de auténtico disfrute que pasó volando y en la que el máximo representante
del fantástico, del terror, del erótico y del exploitation de serie B español
compartió conmigo algunas de sus vivencias más jugosas. Junto a su inseparable
compañera y musa Lina Romay, discreta y cómoda en un segundo plano y muy atenta
a toda la entrevista, el tío Jess me explicó que, aunque no le
gustaban las etiquetas, eso de "cine caspa" lo acuñó él mismo, y que
comenzó porque trabajó durante un tiempo con un productor portugués que tenía,
precisamente, eso, mucha caspa. Hablamos de algunos de sus actores fetiche,
como Klaus Kinski y Christopher Lee, y de lo mal que le sentó que el productor
le impusiera a Romina Power para encarnar a la Justine del Marqués de Sade. Me
confirmó que pudo haber trabajado para la American International, la productora
de su alter ego americano, el mítico Roger Corman, tras el éxito de su primera
película importante, Necronomicon. Se explayó con el gran Luis
Buñuel, a quien conoció después de que el Vaticano les calificara a ambos
"peligrosos para la moral cristiana". Tildó de canallada la famosa
Ley Miró de los 80, que buscaba la calidad frente a la cantidad, pero que, para
Franco, se cargó la industria y el cine de género. Y se regocijó contándome que
llegó a ser un buen músico de jazz, su otra gran pasión junto al cine.
Nunca olvidaré, por cierto, cómo me cortó
abruptamente nada más comenzar la entrevista, exigiéndome que le tuteara: "no
me trates de usted, por favor...".
Hubo más
temas, más recuerdos, más preguntas, y también otras muchas que se quedaron en
el tintero por falta de tiempo. Pero antes de terminar, le pregunté si se veía
con un Goya honorífico tras una vasta, irreverente y psicotrónica trayectoria,
y me respondió riendo que no, que el Goya pesa mucho. Curiosamente, lo recibió
dos años después. Y también me aseguró que a pesar de su edad, seguiría
haciendo cine, porque para él, dijo, era como respirar. Y así ha sido hasta el
final. Sólo unos días antes de su muerte, se estrenaba en una distribución muy
reducida su última película, Al
Pereira vs. Alligator Ladies, testamento cinematográfico del director de Gritos en la noche, El conde Drácula, El castillo de Fu-Manchú, 99
mujeres, Vampyros Lesbos, Macumba sexual, Killer Barbys, y así hasta superar los 200 títulos, en los que siempre este
director de culto tuvo presente su ya célebre máxima: Para hacer cine tan sólo es
necesario una cámara y libertad.