No se le puede negar a
Nacho Vigalondo su morboso gusto por complicarse la vida y rizar el rizo. Si ya
cortocircuitó algunos atrofiados cerebros –incluido el mío- con aquellos
cronocrímenes imposibles, con Open Windows entra como un kamikaze en el thriller
clásico de asesinos chantajeadores, víctimas acosadas, falsos culpables y giros
sorpresa finales. Cómo lo cuenta es lo más estimulante. Toda la historia se
muestra a través de dispositivos electrónicos, de ordenadores a teléfonos
móviles, sin que en ningún momento se deshilvanen ni molesten las costuras
de la narración. Muy al contrario, todo el engranaje avanza perfectamente
engrasado, sin caer en lo aparatoso y sin descentrar a un espectador que, si
acepta el juego, se convierte en otro personaje voyeur que contempla
la pantalla del ordenador/cine.
Open Windows es
un DePalma 2.0 llevando el recurso de la multipantalla a su paroxismo. Un
tecnothriller rabiosamente arriesgado y entretenido que culmina con una
reflexión sobre el anonimato en plena era digital y exhibicionista.