
Se
cuenta que ya con tan sólo ocho años el pequeño Benny dejó
patente su mal genio al romper el violín en la cabeza de su profesor
de música cuando éste le regañó. Sea real o no esta anécdota, lo
que sí es cierto es que su encuentro de juventud con Orson Welles,
otro genio ególatra e incomparable, fue decisivo para iniciar su
carrera cinematográfica.
Nacido
en Nueva York en una familia de inmigrantes rusos judíos, su padre
inculcó a sus dos hijos una gran afición por la música, regalando
a cada uno de ellos un instrumento musical. A los 13 años descubrió
la música de Héctor Berlioz, marcando su decisión de convertirse
en compositor. En 1931 creó la New Chamber Orchestra, y poco después
fue contratado como director y compositor para la cadena de radio
CBS. De esta forma conoció a Welles, otro joven prodigioso, quien
buscaba un compositor para sus programas de radio. Uno de estos
programas fue un hito radiofónico, la adaptación de la novela de
H.G. Wells La guerra de los mundos, que contaba una invasión
extraterrestre que muchos creyeron que era real, causando
posiblemente el mayor impacto de la historia de la radio.

Durante
la década de los 40, destacan también sus composiciones para El
cuarto mandamiento, de nuevo con Orson Welles, Jane Eyre, Ana y el rey de Siam, por la que de nuevo fue nominado al
Oscar, y El fantasma y la señora Muir. Y ya entramos en los
50, una década fundamental para el músico, donde explotó su
incomparable estilo majestuoso y sofisticado. En 1951 creó la banda
sonora perfecta para Ultimatum a la tierra de Robert Wise. Una
partitura sugerente y sinuosa, pionera en el uso de instrumentos
electrónicos, ayudada por el peculiar sonido del theremin, para
ilustrar este clásico de la ciencia ficción.

Esta
unión de genios, a la que es obligado añadir la impagable
colaboración de Saul Bass en el diseño de los títulos de crédito
al comienzo de cada película, alcanza su máxima expresión
artística en, para muchos, la obra maestra del director británico,
Vértigo. En esta ocasión, Herrmann se propuso evocar el lirismo del
Wagner de Tristán e Isolda con unos delicados pentagramas
envolventes y oníricos en una historia fantasmagórica de amor
obsesivo y necrofilia.

Para
su siguiente banda sonora Herrmann prescindió del viento y la
percusión y redujo la orquesta a la cuerda. Esto se debió
principalmente a motivos presupuestarios. Y es que el film, Psicosis,
fue un empeño personal de Hitchcock que Hollywood no se atrevió a
hacer. El director tuvo que realizar el proyecto con estética
televisiva, en blanco y negro, con el equipo de producción de la
serie Alfred Hitchcock presenta, y sólo con una estrella en el
reparto, Janet Leigh, un reclamo comercial tramposo, como todo el
mundo sabe a estas alturas. La osadía de Hitchcock resultó
perfecta: fue el mayor éxito comercial de su carrera, un film que
causó un impacto enorme, que se adelantó a su tiempo, y que es
considerado como la obra inaugural del terror moderno. Herrmann, con
sólo violines, violas, chelos y contrabajos, creó una partitura en
blanco y negro, violenta, enloquecida y turbulenta, como la mente de
Norman Bates.

Donde
sí prescindió completamente de música Hitchcock fue en Los
pájaros, una inteligente decisión del director que ayudó a
crear mayor inquietud y abstracción a la perturbadora historia. La
propuesta que esta vez le hizo a Herrmann fue radical: emplear
sonidos electrónicos entremezclados con sonidos reales de cuervos,
gaviotas, gorriones y palomas. El músico maquilló los graznidos y
batidos de alas con el extraño sonido de un instrumento electrónico
de nombre Mixturtrautonium. En los créditos, Herrmann aparece como
“consultor de sonido”. ¿Una humillación de Hitchcock a su
amigo? Si conscientemente no fue así, la relación comenzaba a
resquebrajarse.

Cortina
rasgada supuso el desencuentro definitivo. La composición de
Herrmann no gustó a Hitchcock, y la acalorada discusión entre ambos
acabó con una ruptura que duró hasta el final de sus vidas. John
Addison fue finalmente el encargado de la música. La película fue
un nuevo fracaso comercial y los trabajos posteriores del cineasta ya
no tuvieron la misma repercusión. “Sin mí, nunca más tuvo
éxito”, llegó a decir Herrmann.
La
ruptura con Hitchcock fue un punto de inflexión en la trayectoria
del temperamental compositor. Ya no estaba a gusto en ese nuevo
Hollywood de bandas sonoras pop, por lo que dimitió de su cargo en
la Academia y durante años trabajó autoexiliado en Europa.
Proyectos, en cualquier caso, irremediablemente marcados por la
influencia de Hitchcock, como el thriller británico Nervios
rotos –esa aparentemente inocente melodía silbada que recuperó
décadas después Tarantino en Kill Bill- y en los films de
Francois Truffaut, devoto admirador de Hitchcock, Fahrenheit 451 y La novia vestía de negro.

En Taxi Driver encontramos a un Herrmann inédito, dando un
giro estilístico en su obra con un jazz elegante y pausado, una
melancólica melodía de saxo interrumpida abruptamente por golpes de
orquesta y un empleo del arpa y la percusión que hacen aún más
inquietante la viciada atmósfera del film. Una partitura que
describe magistralmente el trastorno del protagonista, su soledad
contemplativa y sus arrebatos de violencia.

Sobre
el malhumorado carácter del genio, Scorsese recuerda una anécdota
durante la grabación de la música de Taxi Driver. Steven
Spielberg, admirador de la obra de Herrmann, se presentó en la sala
de grabación. “Me gusta mucho su trabajo, es extraordinario lo que
hizo con Alfred Hitchcock”. Herrmann respondió al halago: “¿Y
por qué entonces trabaja con John Williams y no conmigo?”
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