miércoles, 18 de mayo de 2011

SIN CINES EN BILBAO

¿Qué es una ciudad sin cines? Una ciudad triste, vacía, hueca. Gran parte del alma del Bilbao del siglo XX estuvo en las decenas de salas de cine que poblaban sus calles. ¿Quién no tiene, como mínimo, un recuerdo de infancia en un cine? Creo que mi primera experiencia ante una pantalla grande fue en el Albéniz con ET el extraterrestre. También recuerdo La historia interminable en el Consulado, Indiana Jones y el templo maldito en el Astoria, Quién engañó a Roger Rabbit en el Vistarama... Ninguna de esas salas existe ya. El Capitol, inaugurado en 1959, era el único cine histórico de Bilbao que resistía, pero en este momento no estamos para milongas románticas y quijotescas. Se acabó. Abajo el telón. Y la persiana.

Es cierto que la decadencia de los cines urbanos es extensible a todas las ciudades, pero en Bilbao la debacle es mucho más acentuada. Es la capital de toda España con menos cines por habitante. Un puñetazo en la mandíbula a todos los que sacamos pecho cuando hablamos de la transformación modélica de una ciudad industrial a ciudad de servicios.

Se habla de la proliferación de los multiplex en la periferia con sus aparcamientos gratis, del cambio en los hábitos de ocio y consumo, de Internet, de la piratería. Y todo eso es verdad. Pero también creo que hay otra razón muy sencilla: simplemente, ahora hay otros intereses comerciales mucho más jugosos que mantener un cine.


Están los Zubiarte y están los Golem, pero no es lo mismo. Forman parte de un conjunto, de un centro comercial, cultural o social donde hay otras ofertas y posibilidades. De lo que aquí hablamos es del cine a pie de calle. Del cine como un fin y como un todo, a donde sólo vas para ver una película. Ni más ni menos.


Como último vestigio, a Bilbao le quedan los Multis. Pertenecen ya a otra época, finales de la década de los 70, cuando comenzaban a imponerse las multisalas. Pero es lo que nos queda como cine de barrio. Por eso, ahora tienen un valor histórico impensable hace unos años. Se han convertido, tristemente, en el emblema y estandarte de un mágico ritual en vías de extinción.