lunes, 9 de julio de 2012

ADIÓS AL GRAN BORGNINE


Ha sido una triste, muy triste noticia el fallecimiento de Ernest Borgnine. Nos deja un intérprete de la vieja escuela, un actor de raza, de carácter, de los intuitivos que pasaban de Stanislavsky, de gran presencia, que daba empaque a cualquier película en la que apareciera, por mediocre que fuera ésta. Igualmente creíble como villano y como buen tipo. Odioso, chulesco y repulsivo Fatso en De aquí a la eternidad (1953), simpático, sensible y bonachón Marty (1955). Borgnine nos ofreció interpretaciones memorables, sobre todo como actor fetiche de los directores más indomables: Aldrich, Ray, Fleischer, Peckinpah. El récord lo tiene con Aldrich: trabajaron juntos en seis ocasiones. Formó parte de los Doce del patíbulo (1967) y del Grupo Salvaje (1969), en la piel de aquel duro Dutch que sentenció: "dar tu maldita palabra no es lo que importa, lo que importa es a quien se la des". Rey Ragnar en Los vikingos (1958), esclavo romano en Barrabás (1961), infiltrado comunista en Estación Polar Cebra (1963), sheriff enemigo de camioneros en Convoy (1978)… Los mejores años fueron pasando pero cineastas de nueva hornada, como los terroríficos Carpenter y Craven, también contaron con él para sus historias. Y en su ancianidad, directores tan listos como Andrew Niccol y Robert Schwentke le llamaron para pequeños papeles en Gattaca (1997) y RED (2010).

En Grupo Salvaje
Fue especialmente impactante su participación en el proyecto colectivo realizado por diversos directores sobre los atentados del 11-S. Borgnine era el único actor en el capítulo dirigido con extrema sensibilidad por Sean Penn, y su interpretación de un anciano viudo que llora a su mujer en su pequeño piso mientras fuera, el mundo entero observa cómo el World Trade Center se convierte en cenizas, es de las que sobrecogen y te dejan el corazón en un puño.


Grace Kelly entrega el Oscar a Borgnine por Marty
Pero sin duda mi personaje favorito de su extenso repertorio es Marty, por el que se llevó el Oscar, y donde demostró sus grandes cualidades interpretativas llevando el peso de todo el film y transmitiendo con gran maestría la soledad, la frustración y la ternura de ese carnicero solterón que vive con su madre, asaltado por la ilusión y la esperanza, pero también por el miedo y la inseguridad, cuando se encuentra con la inesperada oportunidad de dar un cambio a su vida, a través de la compañía y el cariño de una mujer en su misma tesitura.


Ha fallecido Borgnine a cinco años de cumplir cien, casi un siglo marcado por Hollywood y más de cien películas, por Broadway y la televisión, por la Marina y la Segunda Guerra Mundial, por sus cinco matrimonios y su contagiosa vitalidad. Una vitalidad que derrochó hasta el fin de sus días y que evidenciaba, como su compañero de generación Kirk Douglas, en cada acto público en el que participaba, merendándose a muchas de las estrellas actuales y recordando a los más despistados que quienes conformaron aquel Hollywood de oro, sencillamente, estaban hechos de otra pasta.


lunes, 2 de julio de 2012

LADRÓN Y DRIVE, CONEXIÓN MAGISTRAL


Disfrutar de una sesión doble que incluya Ladrón (1981) y Drive (2011) es una experiencia de lo más sugerente y gratificante. Empiezo por lo obvio: los paralelismos de estilo son indiscutibles. Mucho se ha hablado de la herencia y la deuda de Drive con Michael Mann y sus Corrupción en Miami y Heat. Pero la genial obra de Nicolas Winding Refn donde mira directamente a los ojos y se reconoce es en la ópera prima de Mann, que podríamos considerar como una especie de boceto o ensayo de lo que nos ofrecería después con los avatares de Sonny Crockett y Ricardo Tubbs. Ladrón es un producto puro de los 80, pintado de colores chillones y barnizado con los sintetizadores de Tangerine Dream, mientras vemos cómo los coches pasan silbando por las calles vacías y se reflejan en sus capós las luces de neón de la ciudad. Esa atmósfera, ese tono, ese "toque Mann", corregido y aumentado después en Miami Vice, Heat o Collateral, empapa cada plano de Drive, con sus explosiones de violencia y la presencia imponente de esa L.A. que encandiló a Bukowski y Morrison y alejada del foco de Hollywood. La gran urbe nocturna, amenazante y atractiva a la vez, casi un cuadro de Hopper pasado por la túrmix de la MTV.
















Pero por encima de cuestiones estéticas, el paralelismo es mucho más profundo y satisfactorio en lo que se nos está contando. Se me antoja por momentos estar viendo la primera y segunda parte de la misma historia, en la que años después de ver en acción al charlatán Jimmy Caan vemos qué le ocurre al casi mudo Ryan Gosling como hijo suyo. Con distintos matices -uno es ladrón, el otro los lleva en su coche- pero al fin y al cabo, dos vidas al margen. Ambos están metidos en negocios turbios, quieren huir del fango y tener una vida convencional, tranquila y familiar. Pero como suele ocurrir -que le pregunten por ejemplo a Carlito Brigante-, no les será nada fácil en su marcada condición de atrapados por su pasado. Su destino es, inevitablemente, la soledad y la aceptación del fracaso de sus sueños. Outsiders de libro. Puro antihéroe hustoniano.