domingo, 2 de diciembre de 2012

ENTREVISTA A JEAN-CLAUDE CARRIÈRE


Jean-Claude Carrière es, a sus 81 años, uno de los guionistas vivos más importantes del cine. Dando la razón a Billy Wilder cuando decía aquello de que el guionista es el que calienta la cama para que después otros se metan, Carrière habla con humildad y naturalidad de su trabajo y de su impresionante trayectoria, en la que ha trabajado, por ejemplo, para Louis Malle, Milos Forman, Volker Schlondorff, Philip Kaufman, Jean-Paul Rappeneau y Fernando Trueba, y en la que figuran títulos como El tambor de hojalata, La insoportable levedad del ser, ValmontCyrano de Bergerac, El húsar en el tejadoLos fantasmas de GoyaEl artista y la modelo Reencarnación, una curiosa y reivindicable película protagonizada por Nicole Kidman que vino a rescatar a Bilbao en el marco del Festival Internacional de Cine Documental y Cortometraje ZINEBI. Pero Carrière ha pasado a la historia por ser el amigo y estrecho colaborador del irrepetible Luis Buñuel en la última etapa de su vida, la francesa. Su escritura conjunta nos ha dejado Diario de una camareraBelle de JourLa vía lácteaEl discreto encanto de la burguesíaEl fantasma de la libertad Ese oscuro objeto de deseo. También ayudó al cineasta aragonés a escribir sus memorias, Mi último suspiro, un libro imprescindible. Nuestro encuentro se produjo además cuando se cumplían 40 años de una foto histórica: el homenaje a Buñuel que le rindieron los grandes de Hollywood en Los Ángeles en noviembre de 1972.

-¿Es la profesión de guionista la más invisible dentro del proceso de una película? ¿Es incluso frustrante?

-Frustrante no para mí pero lo podría ser. Es invisible. Un buen guión es aquel que no se ve, ha desaparecido, se ha convertido en una película, como una larva que se convierte en mariposa. El guión que se ve no es un buen guión. Por eso el guionista no es famoso, no es una estrella. Es un cineasta, como el director, como otros, pero es un hombre poco conocido. Se necesita una cierta humildad para tomar la decisión de ser guionista. Pero por otro lado, yo tengo la posibilidad de trabajar en el teatro, escribir libros, ensayos, novelas, canciones, libretos de ópera... porque soy un escritor. Para un director de cine es imposible. Es una de las razones por las que tomé la decisión de ser guionista.

-Me refiero a la frustración porque la película es la visión final del director. Muchas veces los guionistas no terminan satisfechos de lo que se ha hecho con su historia...

-Es la paradoja del guionista. Trabaja con todo su talento, toda su alma, al servicio de otra persona, del director. Pero al mismo tiempo, cuando la película vale, tiene fuerza, éxito, y cuando dura, también se debe al guionista. Soy el coautor de la película. Todos tenemos un papel. Un guionista pertenece a un equipo de cine, y tiene que conocer las técnicas del cine. Es un trabajo técnico, invisible, humilde, pero necesario. También es una cuestión de personalidad. No es mi deseo ser famoso. Mi deseo es hacer un trabajo interesante, vivir de eso, trabajar en obras ricas, nuevas, que nunca hayan sido hechas antes. Ésa es la historia de mi vida, mi felicidad está aquí, no en la fama. Es una cuestión de personalidad, de carácter, soy así, no voy a cambiar.


-Usted tiene una gran trayectoria, pero sin duda ha pasado a la historia del cine por su relación profesional y personal con uno de los directores más grandes, Luis Buñuel. ¿Hasta qué punto le influyó no tanto como guionista sino como persona Buñuel?


-Trabajamos los dos a lo largo de veinte años. Escribimos nueve guiones, de ellos, seis películas. Y el libro Mi último suspiro que escribimos juntos. Veinte años de colaboración necesitan más que una colaboración técnica, necesitan una amistad. Hay algo de familiar en mi relación con Luis, era mi padre y a veces mi hijo. Hace tres días pasé la tarde con el nieto de Luis, Diego Buñuel, en París, es muy amigo mío, vive a unos doscientos metros de mi casa. Trabajar con Buñuel era vivir con él. Aislados los dos, en un lugar lejano, fuera de las ciudades, fuera de México, fuera de Madrid, en la sierra de Guadarrama, en Cazorla, en el parador... solos, sin amigos, sin esposas... únicamente los dos para llegar a una concentración total sobre la obra. Uno empezaba una frase, el otro la terminaba...

-... era seguir el método que de joven utilizaba con Dalí...

-Sí, pero fue bastante difícil para mí la primera vez. Dalí y Luis tenían el derecho de veto. Si uno dice una cosa, el otro tiene tres segundos para decir sí o no. Si dice no, hay que empezar otra idea, para entrenar la imaginación. Y la primera vez que trabajamos, en Madrid, en Diario de una camarera, yo era muy joven, era mi segunda o tercera película, y me encontraba ante un monumento del cine mundial. Ya había ganado en Cannes con Viridiana, y había hecho El ángel exterminador, que es maravillosa... y yo decía "sí, sí, qué maravilla" a todo lo que me proponía. Después de una semana, vino de París el productor Serge Silberman, y me invitó a cenar sin Buñuel, algo muy extraño. Y al final de la cena me dijo: "Luis está muy satisfecho con usted, dice que es muy trabajador, pero... hay que decir no de vez en cuando". Después, más tarde, Luis me confesó que él había pedido al productor que pasara por Madrid y que me dijera que yo tenía que decir no. Y empecé a resistir, empecé a existir, enfrente de Luis. Al final del primer guión, ya estábamos al mismo nivel. Ya tenía mi independencia. Por ejemplo, si Buñuel me proponía algo y yo decía "no", y él decía "tiene usted razón", era extraordinario... Buñuel no necesitaba un secretario que anotara sus ideas, necesitaba realmente un colaborador. A veces con peleas, discusiones duras... fue un periodo de mi vida difícil, era bastante duro encontrarte semanas y semanas los dos como dos monjes, lejos de todo... pero fue un periodo maravilloso. Trabajar con él, vivir con él, comer con él, los dos, tres veces al día... he calculado que hemos comido los dos solos más de 2.000 veces... muchas parejas no pueden decir lo mismo. Cuando al final de su vida, cuando ya estaba enfermo y débil, yo lo vi dos meses antes de su muerte, en México... para mí era una tristeza enorme, era perder un padre, un amigo.

-Tenía esa relación familiar con muchos de sus colaboradores: con usted, con Paco Rabal... incluso se llevaba bien con sus productores... esto es muy extraño entre un director y un productor...

-Sobre todo con Gustavo Alatriste y Silberman. No tanto con los hermanos Hakim, los productores de Belle de Jour, porque eran hombres de una incultura extrema. Pero Silberman fue un hombre que entendió que Buñuel necesitaba entera libertad. Al mismo tiempo leía muy cuidadosamente los guiones, y jamás habló como un productor, no hablaba de dinero. Y finalmente ganó dinero con las películas de Buñuel... El discreto encanto de la burguesía hizo mucho dinero, también El fantasma de la libertad... y hasta ahora, las películas de Buñuel se ven en todas partes del mundo.

-De todas esas películas que hicieron juntos, ¿de cuál está más satisfecho?

-La más extraordinaria para mí es La vía láctea, porque es una película única en la historia del cine. Y muy seria, porque la base de la película, la historia de las herejías cristianas, es muy seria. Y muy precisa: Buñuel había trabajado mucho en la historia de las herejías. También es una película que abrió puertas a Buñuel, porque renunciaba al tiempo y al espacio clásicos, se adentraba en otras dimensiones. Y sin La vía láctea, no habría sido posible El discreto encanto de la burguesía. No veo otra película parecida, sólo Simón del desierto, que filmó en México. Son obras que vienen de la nada, totalmente personales de Buñuel.

-Buñuel decía aquello de "soy ateo, gracias a Dios", pero era un hombre con una vastísima cultura católica. ¿Son los ateos los más indicados para hablar de las religiones?

-Son los únicos que pueden hablar de las religiones, cuando no sean ateos polémicos. Un cristiano cómo va a hablar del Islam, del Budismo, sin librarse de su creencia propia. Yo soy un ateo completo, convencido, como Luis lo era, soy un ateo muy interesado en la historia de las religiones, porque las religiones no dicen nada de Dios, porque no hay Dios, pero nos dicen mucho sobre nosotros: lo que nos falta, lo que esperamos... la inmortalidad, la vida después de la muerte... es extraordinario el aspecto religioso de la vida, acercarse a la vida a través de las religiones es más amplio que desde un punto de vista político, social o filosófico.


-Buñuel no le daba importancia a los premios, pero entre otros muchos, consiguió el Oscar por El discreto encanto de la burguesía... ¿qué recuerda de aquella mítica foto en la casa de George Cukor, en la que se ve a los más grandes de Hollywood... Hitchcock, William Wyler, Billy Wilder... rindiendo homenaje a Buñuel?

De pie, de izda. a dcha.: Mulligan, Wyler, Cukor, Wise, Carrière y Silberman.
Sentados: Wilder, Stevens, Buñuel, Hitchcock y Mamoulian.
-Estábamos en el festival de Los Ángeles en 1972 con El discreto encanto. Yo conocía a Cukor, y me llamó y me dijo "me parece que Buñuel está en la ciudad, y me gustaría mucho invitarlo a comer con unos amigos". Buñuel aceptó y fuimos con Silberman bastante temprano a la espléndida casa de Cukor. Llegamos los primeros... y después de un rato, vi a través de la ventana subiendo las escaleras de mármol a un hombre que reconocí como John Ford... subía con la ayuda de un hombre negro, muy fuerte... y llegó Ford para saludar a Luis... y después Hitchcock, Wyler, Wilder, Robert Mulligan, Robert Wise, George Stevens, Rouben Mamoulian... todos para homenajear a Buñuel. Fue una comida extraordinaria. Hitchcock, por ejemplo, conocía perfectamente las películas de Luis, y le explicaba cómo había filmado Tristana al propio Buñuel: "cuando tu filmas a Catherine Deneuve tocando el piano y bajas lentamente con la cámara y vemos que únicamente tiene una pierna, y después subes y vuelves a su cara, no es la misma mujer". Puro lenguaje cinematográfico. Si hubiera cortado en dos planos, el efecto no sería el mismo. Eran dos maestros hablando de lo que sabían hacer. Durante la cena tuvo que marchar John Ford, estaba muy mayor, murió poco después... y al final de la comida, aunque ya no estaba Ford, dije que había que llamar a un fotógrafo, y llamé a una agencia. Llegó un fotógrafo que se quedó absolutamente sorprendido... La fotografía fue objeto de colección del año en Estados Unidos porque jamás se habían encontrado todos en el mismo lugar... Hitchcock trató de dirigir la fotografía, pero no pudo, y Wilder le dijo "Alfred, tú sabes como hacer una película, pero no fotografías" y finalmente la dirigió Wilder, y se ve en la foto que es el último en sentarse. 

-Por último, confiese... ¿ha vuelto a tomar un martini tan perfecto como el que preparaba Buñuel?


-Sí, sí... en el Hotel Plaza, en Nueva York, donde decía Luis que era el mejor del mundo, o por lo menos el mejor de América. Decía: "si un día usted pasa por Nueva York y quiere saber si estoy en la ciudad, hay que ir a las doce al Hotel Plaza. Si estoy en Nueva York, estoy aquí".