viernes, 24 de abril de 2015

BERNARD HERRMANN, EL GENIO A LA SOMBRA DEL GENIO

Aquello de “Genus irritabile vatum” que decía Horacio y que recordaba Poe aludiendo a la susceptibilidad de los hombres de letras, bien puede trasladarse a muchos de los más grandes músicos de la historia. Así lo podemos aplicar a Bernard Herrmann, figura clave de la música del siglo XX, teniendo en cuenta que gran parte de lo mejor del siglo pasado en la música clásica, sinfónica, orquestal o como la queramos llamar, está en el cine. 
Se cuenta que ya con tan sólo ocho años el pequeño Benny dejó patente su mal genio al romper el violín en la cabeza de su profesor de música cuando éste le regañó. Sea real o no esta anécdota, lo que sí es cierto es que su encuentro de juventud con Orson Welles, otro genio ególatra e incomparable, fue decisivo para iniciar su carrera cinematográfica.
Nacido en Nueva York en una familia de inmigrantes rusos judíos, su padre inculcó a sus dos hijos una gran afición por la música, regalando a cada uno de ellos un instrumento musical. A los 13 años descubrió la música de Héctor Berlioz, marcando su decisión de convertirse en compositor. En 1931 creó la New Chamber Orchestra, y poco después fue contratado como director y compositor para la cadena de radio CBS. De esta forma conoció a Welles, otro joven prodigioso, quien buscaba un compositor para sus programas de radio. Uno de estos programas fue un hito radiofónico, la adaptación de la novela de H.G. Wells La guerra de los mundos, que contaba una invasión extraterrestre que muchos creyeron que era real, causando posiblemente el mayor impacto de la historia de la radio.
Este programa supuso el billete de entrada de Orson Welles en Hollywood, y para su primera película, la fundamental Ciudadano Kane, el joven director, que sólo tenía 26 años, volvió a contar con el músico. Estamos en el año 1941. Fue Welles, por lo tanto, quien introdujo a Herrmann en el cine, dando origen a una trayectoria insuperable. Por este debut fue nominado al Oscar, pero se lo llevó por otro film, El hombre que vendió su alma. Sería, por cierto, su único Oscar.
Durante la década de los 40, destacan también sus composiciones para El cuarto mandamiento, de nuevo con Orson Welles, Jane Eyre, Ana y el rey de Siam, por la que de nuevo fue nominado al Oscar, y El fantasma y la señora Muir. Y ya entramos en los 50, una década fundamental para el músico, donde explotó su incomparable estilo majestuoso y sofisticado. En 1951 creó la banda sonora perfecta para Ultimatum a la tierra de Robert Wise. Una partitura sugerente y sinuosa, pionera en el uso de instrumentos electrónicos, ayudada por el peculiar sonido del theremin, para ilustrar este clásico de la ciencia ficción.
Y en 1955 llega el momento decisivo en la carrera de Bernard Herrmann. Su encuentro con Alfred Hitchcock. Su primera banda sonora al servicio del director británico fue para el film Pero quién mató a Harry, y a partir de aquí, comienza entre ambos una relación profesional y personal muy intensa y sobre todo, muy fructífera. Fue la unión de dos egos temperamentales, irascibles, prepotentes y perfeccionistas… pero también complementarios y que se profesaban mutua admiración. Es evidente que las composiciones de Herrmann quedaban perfectas en las historias de suspense de Hitchcock. Y al revés, las hipnóticas imágenes del director no se pueden entender sin las partituras mágicas del músico. Su relación profesional y personal llegó a ser muy profunda. Incluso, en el clímax de El hombre que sabía demasiado, Hitchcock puso ante la cámara al propio Herrmann para dirigir la orquesta que aparece en la secuencia definitiva de la película en el Royal Albert Hall. Un ejemplo magistral por parte de Hitchcock de empleo de música diegética, dentro de la acción, que se transforma en extradiegética acompañando el discurrir de los acontecimientos.
Esta unión de genios, a la que es obligado añadir la impagable colaboración de Saul Bass en el diseño de los títulos de crédito al comienzo de cada película, alcanza su máxima expresión artística en, para muchos, la obra maestra del director británico, Vértigo. En esta ocasión, Herrmann se propuso evocar el lirismo del Wagner de Tristán e Isolda con unos delicados pentagramas envolventes y oníricos en una historia fantasmagórica de amor obsesivo y necrofilia.
De esta época en la que el genio innovador y experimental de Herrmann explota en toda su extensión, es, si no la obra más conocida, seguramente la mejor de todas sus composiciones para Hitchcock: Con la muerte en los talones. Herrmann compuso una partitura amenazante, con una orquestación furiosa de metales, cuerda y percusión, y con una excéntrica pero muy acertada decisión, elegir un ritmo español, el fandango, para describir magistralmente la enloquecida trama de equívocos, persecuciones y acción trepidante en la que se ve envuelto Cary Grant. 
Para su siguiente banda sonora Herrmann prescindió del viento y la percusión y redujo la orquesta a la cuerda. Esto se debió principalmente a motivos presupuestarios. Y es que el film, Psicosis, fue un empeño personal de Hitchcock que Hollywood no se atrevió a hacer. El director tuvo que realizar el proyecto con estética televisiva, en blanco y negro, con el equipo de producción de la serie Alfred Hitchcock presenta, y sólo con una estrella en el reparto, Janet Leigh, un reclamo comercial tramposo, como todo el mundo sabe a estas alturas. La osadía de Hitchcock resultó perfecta: fue el mayor éxito comercial de su carrera, un film que causó un impacto enorme, que se adelantó a su tiempo, y que es considerado como la obra inaugural del terror moderno. Herrmann, con sólo violines, violas, chelos y contrabajos, creó una partitura en blanco y negro, violenta, enloquecida y turbulenta, como la mente de Norman Bates. 
Mención aparte merece la mítica escena de la ducha, perversamente filmada y montada por Hitchcock y que en un principio había pensado dejar sin música, con el ruido del agua y los gritos de Janet Leigh, un recurso que le gustaba al director en momentos puntuales, como la escena del ataque de la avioneta a Cary Grant en Con la muerte en los talones. Pero al ver la escena, Herrmann se dejó llevar por su intuición y creó esa chirriante y escalofriante pieza en la que los violines atacan las notas en su registro más agudo, con la misma violencia que un cuchillo y con la misma desesperación de los gritos de la víctima. Al ver el resultado, Hitchcock tuvo que reconocer que, con la contribución de Herrmann, la secuencia era mucho más impactante. 
Donde sí prescindió completamente de música Hitchcock fue en Los pájaros, una inteligente decisión del director que ayudó a crear mayor inquietud y abstracción a la perturbadora historia. La propuesta que esta vez le hizo a Herrmann fue radical: emplear sonidos electrónicos entremezclados con sonidos reales de cuervos, gaviotas, gorriones y palomas. El músico maquilló los graznidos y batidos de alas con el extraño sonido de un instrumento electrónico de nombre Mixturtrautonium. En los créditos, Herrmann aparece como “consultor de sonido”. ¿Una humillación de Hitchcock a su amigo? Si conscientemente no fue así, la relación comenzaba a resquebrajarse. 
En Marnie la ladrona Herrmann volvió a componer una intensa partitura en la que la cuerda desborda romanticismo y lirismo. Pero la película fue un fracaso, y se dice que Hitch culpó en parte a la música de Herrmann. También se habla de una cada vez mayor rivalidad y envidia paranoica del director hacia el compositor. La versión oficial dice que los ejecutivos de Universal presionaron a Hitchcock para convencerle de que cambiara el estilo musical de sus films, girando hacia algo más actual, más a la moda de los 60.
Cortina rasgada supuso el desencuentro definitivo. La composición de Herrmann no gustó a Hitchcock, y la acalorada discusión entre ambos acabó con una ruptura que duró hasta el final de sus vidas. John Addison fue finalmente el encargado de la música. La película fue un nuevo fracaso comercial y los trabajos posteriores del cineasta ya no tuvieron la misma repercusión. “Sin mí, nunca más tuvo éxito”, llegó a decir Herrmann. 
La ruptura con Hitchcock fue un punto de inflexión en la trayectoria del temperamental compositor. Ya no estaba a gusto en ese nuevo Hollywood de bandas sonoras pop, por lo que dimitió de su cargo en la Academia y durante años trabajó autoexiliado en Europa. Proyectos, en cualquier caso, irremediablemente marcados por la influencia de Hitchcock, como el thriller británico Nervios rotos –esa aparentemente inocente melodía silbada que recuperó décadas después Tarantino en Kill Bill- y en los films de Francois Truffaut, devoto admirador de Hitchcock, Fahrenheit 451 y La novia vestía de negro.
Otro ferviente seguidor del maestro del suspense, un joven Brian De Palma, provocó en 1973 la vuelta a Hollywood de Herrmann, con la música de Hermanas y Fascinación, dos películas de herencia hitchcockiana más que evidente. Martin Scorsese, otro joven cineasta del Nuevo Hollywood, pensó en Herrmann como única opción para musicalizar la historia de un sociópata que contempla desde su taxi un Nueva York sombrío y decadente, y a pesar de las iniciales reticencias del compositor –“no sé nada de taxistas”, gruñó en un principio- la lectura del guión le convenció definitivamente. 
En Taxi Driver encontramos a un Herrmann inédito, dando un giro estilístico en su obra con un jazz elegante y pausado, una melancólica melodía de saxo interrumpida abruptamente por golpes de orquesta y un empleo del arpa y la percusión que hacen aún más inquietante la viciada atmósfera del film. Una partitura que describe magistralmente el trastorno del protagonista, su soledad contemplativa y sus arrebatos de violencia. 
A pocas horas de terminar la grabación de la partitura de Taxi Driver, Herrmann falleció mientras dormía en la Nochebuena de 1975. Fue su último trabajo, y su última nominación al Oscar a título póstumo. Scorsese, que dedicó el film a su memoria, dijo que trabajar con Herrmann fue una de las experiencias más satisfactorias que tuvo en el cine. Años después, en 1991, recuperó para su remake de El cabo del terror la música original de Herrmann, adaptada por Elmer Bernstein.
Sobre el malhumorado carácter del genio, Scorsese recuerda una anécdota durante la grabación de la música de Taxi Driver. Steven Spielberg, admirador de la obra de Herrmann, se presentó en la sala de grabación. “Me gusta mucho su trabajo, es extraordinario lo que hizo con Alfred Hitchcock”. Herrmann respondió al halago: “¿Y por qué entonces trabaja con John Williams y no conmigo?”