lunes, 2 de julio de 2012

LADRÓN Y DRIVE, CONEXIÓN MAGISTRAL


Disfrutar de una sesión doble que incluya Ladrón (1981) y Drive (2011) es una experiencia de lo más sugerente y gratificante. Empiezo por lo obvio: los paralelismos de estilo son indiscutibles. Mucho se ha hablado de la herencia y la deuda de Drive con Michael Mann y sus Corrupción en Miami y Heat. Pero la genial obra de Nicolas Winding Refn donde mira directamente a los ojos y se reconoce es en la ópera prima de Mann, que podríamos considerar como una especie de boceto o ensayo de lo que nos ofrecería después con los avatares de Sonny Crockett y Ricardo Tubbs. Ladrón es un producto puro de los 80, pintado de colores chillones y barnizado con los sintetizadores de Tangerine Dream, mientras vemos cómo los coches pasan silbando por las calles vacías y se reflejan en sus capós las luces de neón de la ciudad. Esa atmósfera, ese tono, ese "toque Mann", corregido y aumentado después en Miami Vice, Heat o Collateral, empapa cada plano de Drive, con sus explosiones de violencia y la presencia imponente de esa L.A. que encandiló a Bukowski y Morrison y alejada del foco de Hollywood. La gran urbe nocturna, amenazante y atractiva a la vez, casi un cuadro de Hopper pasado por la túrmix de la MTV.
















Pero por encima de cuestiones estéticas, el paralelismo es mucho más profundo y satisfactorio en lo que se nos está contando. Se me antoja por momentos estar viendo la primera y segunda parte de la misma historia, en la que años después de ver en acción al charlatán Jimmy Caan vemos qué le ocurre al casi mudo Ryan Gosling como hijo suyo. Con distintos matices -uno es ladrón, el otro los lleva en su coche- pero al fin y al cabo, dos vidas al margen. Ambos están metidos en negocios turbios, quieren huir del fango y tener una vida convencional, tranquila y familiar. Pero como suele ocurrir -que le pregunten por ejemplo a Carlito Brigante-, no les será nada fácil en su marcada condición de atrapados por su pasado. Su destino es, inevitablemente, la soledad y la aceptación del fracaso de sus sueños. Outsiders de libro. Puro antihéroe hustoniano.

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